
La noche del miércoles caía con prisa sobre la carretera León–San Felipe. El viento comenzaba a revolver la hierba húmeda cerca de la comunidad de Villa Seca, cuando un reporte estremeció la rutina en la central de emergencias: una persona lesionada, al parecer víctima de un accidente vial, había sido vista en un canal pluvial sobre el camino a la sierra de lobos. Eran poco después de las 7:00 p.m. cuando se recibió el reporte.
Lo que los paramédicos de la Cruz Roja Mexicana encontraron al llegar no era sólo una emergencia: era una historia que toca lo más hondo del alma. En un desnivel de aproximadamente metro y medio, oculto entre la maleza y la oscuridad, yacía un hombre apenas consciente. A unos metros, una motocicleta abandonada parecía haber sido devorada por la hierba.
El hombre, con la voz rota por el frío y el dolor, se identificó como Alberto, de 39 años, originario de Silao, Guanajuato. Y luego, como si soltara un suspiro de todo lo vivido, confesó:
“Salí de mi casa en la zona centro de Silao el lunes en la mañana, iba a trabajar… y ya no recuerdo más!…
Habían pasado más de 72 horas. Tres días en los que nadie lo buscó, nadie lo escuchó, nadie lo encontró. Alberto sobrevivió al abandono, a la deshidratación, al dolor insoportable y al miedo. Perdió la movilidad de la cintura hacia abajo, pero no la esperanza.
La escena se volvió más dramática cuando, en pleno rescate, el cielo se partió en dos y comenzó a llover con toda la fuerza de la naturaleza. El agua arremetía contra el terreno inclinado, el lodo dificultaba cada movimiento, y la visibilidad se reducía por momentos. Pero los paramédicos de la Cruz Roja no se rindieron.
Durante más de una hora, los rescatistas de la Cruz Roja Mexicana trabajaron bajo la tormenta, desafiando la pendiente resbalosa, el frío, y el cansancio. No sólo cuidaban de Alberto, también se cuidaban entre ellos, porque cada paso era un riesgo.
En contraste, una camioneta vieja y ruidosa apareció mucho después. Era la unidad de Protección Civil, que llegó con más de una hora de retraso. El único rescatista que bajó del vehículo brindó el mínimo esfuerzo, no preguntó por Alberto. Sólo tomó algunas fotos… y se fue. Como si la escena fuera una postal, no una vida pendiendo de un hilo.
Fue la Cruz Roja quien lo dio todo. Sin cámaras, sin aplausos, sin buscar protagonismo. Solo con compromiso. Solo con humanidad. Hoy Alberto está vivo gracias a ellos.
Está hospitalizado, en condición delicada, pero con la mirada de alguien que ha vuelto a nacer. Porque incluso en los momentos más oscuros, hay quienes siguen creyendo que cada vida importa.
Y aunque la tormenta quiso ahogarlo en el silencio del barranco, al final, lo salvó una voz con uniforme blanco y una cruz roja en el pecho.